
Beata Maria Dolores Rodriguez Sopeña


30 de diciembre de 1848 Vélez Rubio (Almería) - 10 de enero de 1918 Madrid, España
Celebración 10 de eneroA sugerencia del obispo de Madrid, D. Ciríaco Sancha, en 1892 funda una Asociación de Apostolado Seglar hoy denominado «Movimiento de Laicos Sopeña». Al año siguiente recibe la aprobación civil. La Obra se extiende en 8 barrios de la capital. En 1896 empieza su actividad fuera de Madrid. Pese a la oposición de la Asociación, acepta fundar la Obra en Sevilla. Fruto de muchos malos entendidos, dimite como Presidenta en Madrid al año siguiente y se establece en Sevilla. En sólo cuatro años realiza 199 viajes por toda España para establecer y consolidar la Obra de las Doctrinas. A su vez, acompaña al P. Tarín, sj, en algunas misiones por Andalucía. En el año 1900 participa en una peregrinación a Roma por el Año Santo. Hace un día de retiro en el sepulcro de San Pedro y allí recibe la confirmación de fundar un Instituto Religioso que diera continuidad a la Obra de las Doctrinas y que ayudara a sostener espiritualmente a la Asociación laical. El Card. Sancha, entonces ya arzobispo de Toledo, le propone fundar allí. El 24 de septiembre de 1901, en Loyola, después de unos Ejercicios Espirituales realizados junto con 8 compañeras, se levanta acta de fundación del «Instituto de Damas Catequistas» (hoy «Instituto Catequista Dolores Sopeña»), aunque la fundación oficial fue el 31 de octubre en Toledo. Una de sus grandes intuiciones fue fundar, al mismo tiempo, una Asociación civil, hoy llamada «Obra Social y Cultural Sopeña - OSCUS», que, en 1902, consigue el reconocimiento del gobierno. En 1905 recibe de la Santa Sede el Decretum laudis y, dos años más tarde, el 21 de noviembre de 1907, la aprobación de las Constituciones concedida directamente por S.S. Pío X. Durante estos años, sus «Doctrinas» se fueron transformando en «Centros Obreros de Instrucción», pues a ellos asistían obreros fuertemente influenciados por el anticlericalismo y no podía pretenderse la enseñanza de la religión directamente. Esto también determina que las religiosas de este Instituto no lleven hábito y ni siquiera un signo religioso externo. Cambia sus medios y sus métodos para poder conseguir el fin: acercarse a los obreros «alejados de la Iglesia», que no habían podido recibir instrucción cultural, moral ni religiosa y unir a los «distanciados socialmente», entonces, «la clase obrera y del pueblo» con la «alta y acomodada». Esto lo resume en dos líneas de acción: dignificar al trabajador y crear fraternidad. Detrás de su entrega al servicio de los demás está una fe profunda y auténtica, una rica espiritualidad. Su compromiso por la dignidad de la persona brota de su experiencia de un Dios Padre de todos, que nos ama con una ternura infinita y desea que vivamos como hijos y hermanos. De allí su gran deseo de «Hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús.» Su gran unión con Dios le permite descubrirlo presente en todo y en todos, especialmente en los más necesitados de dignidad y afecto. Salir al encuentro de cada persona en su situación, introducirse en los barrios marginales de la época, era inconcebible para una mujer a finales del siglo XIX. El secreto de su audacia es su fe, esa confianza sin límites, que ella reconoce como su mayor tesoro y que la hace sentirse instrumento en manos de Dios, instrumento al servicio de la fraternidad, del amor, de la misericordia, de la igualdad, de la dignidad, de la justicia, de la paz... En pocos años, establece comunidades y Centros en las ciudades más industrializadas de entonces. En 1910 se celebra el primer Capítulo General y es reelegida Superiora General. En 1914 funda en Roma y en 1917 viajan las primeras Catequistas para abrir la primera casa en América, concretamente en Chile. Al año siguiente, el 10 de enero de 1918, Dolores Sopeña muere en Madrid con fama de santidad. El día 11 de julio de 1992, Juan Pablo II declara heroicas sus virtudes y el 23 de abril de 2002 se promulgó el Decreto de Aprobación del milagro que ha dado paso a su Beatificación. Actualmente la Familia Sopeña, formada por las tres instituciones que dejó fundadas, es decir, el Instituto Catequistas Dolores Sopeña, el Movimiento de la Laicos Sopeña y la Obra Social y Cultural Sopeña, está presente en España, Italia, Argentina, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, México y República Dominicana. Rasgos de su espiritualidad
La espiritualidad de Dolores Sopeña tiene cuatro rasgos especialmente relevantes: es una espiritualidad cristocéntrica, eucarística, mariana e ignaciana. Su experiencia cristológica destaca en Jesús dos rasgos fundamentales: Jesús como Dios encarnado y Jesús redentor. Dios ha asumido la condición humana y sale al encuentro de cada persona en sus penas y alegrías, necesidades y búsquedas, ofreciéndole de manera gratuita su amor incondicional y su propia vida. Él es el centro de su vida y de su corazón. Dialoga con Jesús a lo largo de toda la jornada, pero reconoce una presencia especial en la forma consagrada. Entre sus prácticas habituales sobresalen: las visitas al Santísimo, la Hora Santa, el Manifiesto diario. Llama al Jueves Santo el día del Instituto, porque ese día es la fiesta del Amor y en él se instituyó la Eucaristía. Ante el sagrario toma las grandes decisiones; ante él cada mañana al levantarse «arregla los asuntos del día», recibe consuelo, fortaleza, inspiración. Su relación con Dios se expresa en una actitud filial llena de confianza. Reconoce la presencia de la Virgen en su camino, en su corazón, en los grandes acontecimientos personales y del Instituto. El contacto con la espiritualidad ignaciana desde muy joven, sea a través de sus directores espirituales como por la práctica anual de los Ejercicios Espirituales, dan a toda su espiritualidad y a la de la Familia Sopeña una impronta claramente ignaciana, en la que destaca: Una fuerte espiritualidad apostólica. Toda su vida está animada por el deseo de recorrer el mundo entero para dar a conocer a Dios. Una síntesis dialéctica entre acción y contemplación, alcanzando la gracia de ver a Dios presente en todo y en todos, especialmente en el rostro del hombre y la mujer del trabajo, necesitados de promoción y a quienes nadie les había hecho descubrir el rostro amable de Dios que los ama con infinita ternura. Una búsqueda continua de la voluntad de Dios. Y, una vez que la conocía, tenía un gran tesón, voluntad y capacidad de entrega y sacrificio para cumplirla, costase lo que costase. Su vida es un «hacer constante», pero es un hacer de quien tiene viva la conciencia de ser un instrumento en manos de Dios. Esta experiencia desarrolla en ella una confianza tal que la hace ser muy audaz, capaz de allanar obstáculos y desarrollar un apostolado sumamente arriesgado para una mujer de su tiempo.
Fuente:
Santoral Católico
Santo Pedia
* Beata Maria Dolores Rodriguez Sopeña
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